viernes, 21 de diciembre de 2012

Consumidor (Parte 2): ¿Somos inelásticos con los servicios profesionales?

Para los economistas, hablar acerca de las elasticidades es algo tan común como para los científicos tratar sobre tubos de ensayo o para los juristas respecto a los procedimientos legales. Por tanto, es una herramienta de análisis económico básica y muy utilizada. Pero… ¿Qué es la elasticidad? Sin ir más lejos, y para que nos resulte lo más cercano posible, la elasticidad es un elemento de calibración que se utiliza para diseñar y configurar los sistemas impositivos en cada uno de los países. Es decir, la razón que se esconde detrás de las sempiternas y llamativas subidas de impuestos especiales sobre productos como el tabaco, y los carburantes es la elasticidad. 

Por ello, como podemos intuir, estamos ante un concepto que tiene que ver con la necesidad y con los precios. Gracias al desarrollo de los estudios de los economistas Auguste Cournot y Alfred Marshall en el siglo XIX hoy podemos definir la elasticidad de la demanda o precio de la demanda —que es la que trataremos aquí— como la variación que experimenta la cantidad demandada de un bien o servicio ante variaciones en el precio de estos. De esta forma, como ejemplo, si el precio de un producto, varía un 1%, y la cantidad demandada responde menos de un 1%, estaremos ante una demanda considerada inelástica. Mientras, si el precio varía un 1% y la cantidad demandada reacciona más de un 1%, el análisis será que estamos frente a un comportamiento elástico. Si el precio y cantidad demanda reaccionan igual recibe el nombre de isoelástico. Deducimos así, que los carburantes, o el tabaco tienen una elasticidad precio de la demanda inelástica. Y es que aunque su precio varíe un 1%, nuestro comportamiento en media, responderá menos de ese 1% ya que no podemos cambiar tan fácilmente de hábitos, ni hay sustitutivos claros para ellos. Si necesitamos repostar gasolina para viajar, es inevitable. En consecuencia, gravar este tipo de productos suele mostrar bastantes réditos fiscales.

Los servicios profesionales también están sujetos a la elasticidad. Muchos estudios al respecto, han intentando acotar y estudiar el comportamiento de los consumidores, en este caso, clientes o pacientes de estos servicios; siempre teniendo en cuenta la heterogeneidad presente en este subsector. Así, el economista Hayne E. Leland ya apuntó en 1979 en su estudio  ‘Quacks, Lemons, and Licensing: A theory of Minimun Quality Standards’ que los servicios profesionales muestran una demanda preferentemente inelástica cuando los consumidores perciben que estos servicios pueden no reunir la suficiente la calidad al no haber organismos reguladores. Más adelante, en el año 2006, la consultora danesa Copenhagen Economics elaboró un informe donde analizaba el proceso de desregulación en los servicios jurídicos que se estaba llevando a cabo en aquel país y concluyó según sus indicadores que los clientes de servicios jurídicos no estaban realmente preocupados sobre el precio sino por la percepción y el nivel de calidad que obtendrían. Otros estudios como el realizado por la consultora americana Mackinac Center refuerzan esta idea.

Con lo cual, cuando acudimos a un abogado, por encima de la búsqueda de un precio ajustado,  nuestro motivación es que nos solucionen el problema con la mayor diligencia y responsabilidad,  algo que está presente en una serie de intangibles que tienen que ver con la calidad asistencial del servicio. Podemos inferir así para el resto de las profesiones, que introducir mecanismos y regulaciones en los servicios profesionales que favorezcan la competencia entre los operadores y así baje el precio es positivo. Sin embargo, los consumidores mostrarán un comportamiento aún más inelástico, si los organismos que regulan las profesiones de forma independiente como son los colegios profesionales no están presentes.


¡Feliz Navidad!

viernes, 14 de diciembre de 2012

Consumidor (Parte 1): ¿Qué proceso seguimos para acudir a un profesional?

Para esta entrada propongo que hagamos un análisis introspectivo, personal, sobre las diferentes decisiones de consumo que realizamos. Cuando estamos interesados en adquirir un producto o servicio que no hemos consumido nunca o, si es así, de manera infrecuente, atravesamos por un proceso de reflexión que contempla una serie de pasos determinados:

En primer lugar, acudimos a nuestra propia experiencia; después buscamos referencias en nuestro entorno —tales como publicidad, precio e información objetiva, consulta a otras personas, etc.—; comparamos las alternativas que tenemos disponibles y, finalmente, decidimos sobre la adquisición que nos reportará una determinada satisfacción. Además, en la mayoría de las ocasiones, este curso está condicionado por el tiempo con el que contemos. Todo este desarrollo, cuyas fases pueden tener diferente intensidad o incluso un distinto orden, componen el espectro principal a través del cual tomamos nuestras decisiones de consumo; inclusive, en bienes y servicios que compramos habitualmente, este proceso se puede simplificar a rutinas con las que estamos acostumbrados y satisfechos. Frente a esta conducta descrita, expongo y sintetizo una teoría económica utilizada habitualmente para caracterizar mercados:

Según la escuela neoclásica de economía, el consumidor dispone de todos los resortes de información en el mercado, por recónditos que parezcan, y conoce y ordena todas las alternativas posibles para realizar sus decisiones de compra, las cuales significarán siempre el resultado más óptimo y maximizador de su utilidad; dejando de lado el aspecto emocional. Una vez llegados a este punto, lanzo la siguiente pregunta: ¿Con qué descripción de comportamiento nos sentimos más identificados?

Bien, a modo de respuesta me gustaría introducir una nueva argumentación en este sentido. Para ello, mencionaré al economista Herbert A. Simon, Nobel de Economía en 1978, cuya principal aportación fue el estudio del proceso de decisión de los individuos acuñando el concepto de racionalidad acotada. Este concepto se define por el método de búsqueda que efectúan los consumidores en el mercado, el cual, está caracterizado por no conocer todos los elementos o señales que existen sobre el bien o servicio, los efectos de su posible elección de consumo y, por tanto, no tener capacidad de computar y tratar toda la información para así ordenar según criterios de maximización de utilidad todas las opciones posibles.

De este modo, Simon establece que las decisiones de los individuos responden a un patrón de deliberación en base a toda la información de la que puedan disponer mediante su propia experiencia y aprendizaje. Así, dadas las limitaciones evidentes de conocer todo lo que sucede en el mercado para evaluarlo y clasificarlo de manera automática, el consumidor elegirá el bien o servicio atendiendo a un criterio de aceptabilidad o satisfacción en lugar de maximización de la utilidad. Un método que Simon denominó racionalidad procesal.

    “… El comportamiento es procesalmente racional cuando es el resultado de una deliberación apropiada, Su racionalidad procesal depende del proceso que lo generó.” H. Simon, 1976.

Por tanto, ¿no se parece el proceso de decisión de los ciudadanos (clientes y pacientes) de servicios profesionales a la racionalidad procesal de Simon? Es decir, cuando acudimos a un profesional, ¿no indagamos en nuestra propia experiencia, buscamos referencias, consultamos a conocidos, amigos o familiares y, finalmente, decidimos?. Si es así, una regulación equilibrada de los servicios profesionales que ayude y surta de información clara y útil a los ciudadanos como clientes y pacientes en su proceso de búsqueda del profesional más adecuado, es absolutamente necesaria.

miércoles, 5 de diciembre de 2012

Enfoque de los economistas en CONAMA 2012


La preocupación por el medioambiente entre los agentes económicos, gobierno y sociedad sigue sin estar en la agenda central y necesita un mayor impulso. La jornada celebrada por el Consejo General de Colegios de Economistas en CONAMA 2012 el día 26 de noviembre llamada ‘Efectos de la crisis en el medio ambiente’ fue esclarecedora a este respecto. En consecuencia, podemos sintetizar las conclusiones principales de cada uno de los ponentes que participaron en dos bloques, uno sobre la situación actual y otro, de propuestas para el presente y futuro.

En el análisis de situación destaca:

1) La persistencia de la crisis está contribuyendo a la mejora de los indicadores medioambientales debido al menor consumo y producción.
2) Las regulaciones sobre política medioambiental no son eficaces al no alcanzar grandes acuerdos de compromiso.


En cuanto a los objetivos planteados y necesarios:

1) Las actividades económicas que se focalicen en la eficiencia en la gestión de los recursos y desarrollo sostenible son una gran oportunidad para la creación de empleo.

2) Es necesario establecer un modelo económico cuyos pilares básicos sean: situar la perspectiva del bien común en el imaginario colectivo; la conciencia y responsabilidad social; y la ética en los negocios.


En este sentido, en el análisis pormenorizado de los economistas experimentados que participaron en la conferencia, Ramón Tamames Goméz, catedrático Jean Monnet de la Unión Europea, lamentó el escaso avance de las cumbres medioambientales recientes como la de Copenhague en 2009 o RIO + 20 en 2012 debido a la no participación, en esta última, de personalidades clave como Obama, Cameron o Merkel. No obstante, señaló que China muestra signos de convergencia con occidente en regulación medioambiental. En relación a la crisis, afirmó que «sería conveniente relajar los objetivos de déficit para España». Por otro lado, Juan Carlos de Margarida Sanz, decano del Colegio de Economistas de Valladolid, resaltó que la situación actual de crisis es resultado de la irresponsabilidad, ineficacia, falta de previsión y control presupuestario.

Por ello, el decano de los economistas de Valladolid dijo: «Es el momento de que la sociedad tome las riendas de la situación actual para contribuir al bien común». Asimismo, propuso una serie de alternativas en materia empresarial que pueden significar una gran ocasión para el país en su desarrollo económico. Proyectos interesantes como: consultoría y asesoría ambientales; servicios de tratamiento de vertidos y emisiones; gestión integral de residuos sólidos; educación ambiental; ecoturismo; biocomercio, etc.

A continuación, Antonia Calvo Hornero, catedrática de Economía Aplicada de la UNED, después de analizar el recorrido de la crisis hasta la actualidad, expresó que, entre los efectos positivos más notables de la crisis sobre el medioambiente, se encuentra una mayor propensión al reciclaje y a la prolongación de la vida útil de los objetos de consumo. Además, concluyó: «La UE mantiene su compromiso a nivel interior en política medioambiental —a pesar de las dificultades— y a nivel internacional es un líder normativo como así se demostró en Copenhague».

Por su parte, Amelia Pérez Zabaleta, decana de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la UNED, expuso algunos resultados del estudio que realizó el Observatorio para la Sostenibilidad en España (OSE) en el año 2011 donde se afirma que varios indicadores socioeconómicos han mejorado respecto al medioambiente. Incidió, por tanto, en que «la tendencia es que hay mejora del medioambiente con la crisis». En la clausura, José María Casado Raigón, catedrático de Economía Aplicada y presidente de la Comisión de Medio Ambiente, reiteró la preocupación del Consejo General de Colegios de Economistas por la cuestión medioambiental. De esta manera, sostuvo que «el crecimiento económico debe respetar la cultura y el bienestar de los ciudadanos» y que «es necesario “reinstalar” la economía en lo social». Finalizó manifestando que «el crecimiento económico debe entenderse a largo plazo y no debe dejarse llevar por la zozobra cortoplacista destruyendo recursos».